sábado, 31 de agosto de 2013

El giro incansable del reloj (anunciando que se ha cumplido un año más)



















Así es, queridos lectores y amigos de los forajidos: estuve de cumpleaños el lunes y llegué con paso firme y tranquilo a la tercera década de mi vida. Como pueden ver en la ilustración, estuvimos de fiesta en el Yermo. Con el Forajido Nabetse liderando la cuadrilla, Cactus y Tuna (encantadores y dicharacheros como siempre) y el elusivo Tumbleweed, que hasta se consiguió una acompañante para la celebración (cuesta nomás con ellos dos distinguir quién es quién o_O). 

Más allá de esta postal yermística, la verdad es que pasé muy bien el día de mi cumpleaños. Nada explosivo, simplemente lo cotidiano: disfrutar a lo largo del día del sereno cariño de quienes me conocen bien y me tienen aprecio, solo que con un poco más de intensidad porque yo era la estrella ese día ;) Desde el cartel que hicieron mis geniales colegas de oficina hasta la cena con las tres personas más queridas por mí, me mostraron una vez más la grandeza de las cosas sencillas.

Y ya era martes por la noche cuando me aboqué a responder las felicitaciones dejadas por mis amistades ahí en la muralla del Facebook (que aunque muchos se quejen de que les parecen impersonales, a mí me encantan, porque considero muy amable que se tomen un momento para escribirme sus buenos deseos). Allí encontré esta joyita que me obsequió una amiga también escritora y de inmediato vislumbré por dónde quería llevar este segundo post cumpleañero del blog (el primero pueden leerlo aquí, fue después del cumpleaños del Forajido Nabetse).

      Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj. 

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj, Julio Cortázar


1. El regalo de mi madre fue un reloj

Y no estoy hablando de una manera metafórica (aunque se podría): de verdad el regalo que me dio mi madre este año fue un reloj. Porque el otro ya estaba viejito, me dijo, y me hacía falta uno nuevo. Imagínense cómo me quedé (yo, que adoro buscar detalles llamativos y esas sutiles conexiones que surgen de las coincidencias) cuando leí este texto poco después de haber recibido ese regalo.

Me quedé pensando en ese calabozo de aire y su bracito desesperado colgándose de mi muñeca. Y de inmediato vino a mi mente eso que callamos siempre que soltamos el famoso "qué rápido pasa el tiempo". Porque como suele decirse, los que en realidad pasamos somos nosotros.

Y lo hacemos rápido, cada vez más rápido, apurados por el ritmo vertiginoso que nos obliga a no quedarnos atrás y termina llevándonos a ningún lado.

Como todos los años, cuando me tomo un instante para mirar de frente y sin miedo al calendario, bulle en el fondo la pregunta de hacia dónde estoy yendo.


2. Un pedazo frágil y precario de ti mismo

Nuestro tiempo es, como simbólicamente lo dice el texto de Cortázar, un pedazo frágil y precario de nosotros mismos, algo que es nuestro pero quizás no completamente. Hoy puedo estar aquí escribiéndoles estas letras y muy lejos mañana cuando alguno de ustedes las lea. Somos, al contrario de lo que queremos creer, seres increíblemente frágiles. Un paso en falso y todo puede terminar en un abrir y cerrar de ojos.

Esa fragilidad es parte de nuestra maravillosa naturaleza: podemos cambiar el mundo para bien o para mal, podemos construir gigantescos puentes y edificios, borrar del mapa enfermedades mortales, asomarnos y mirar cada vez más profundo en el abismo de lo desconocido. Pero a la vez seguimos siendo el lirio del campo que tiembla con la brisa.

Y si no tenemos problemas más graves y urgentes de qué ocuparnos, en medio de esa contradicción constante que somos, hacemos un esfuerzo por encontrar un sentido en medio del aparente caos.

¿Y si el sentido fuera simplemente estar aquí?, como leí hace poco. Estar aquí para tratar de llenarnos los ojos de las maravillas que pueblan el mundo y para sentir la satisfacción que nos deja el haber hecho algún esfuerzo (por más pequeño que se vea en el conjunto) para suprimir alguna de las dificultades que también constantemente nos plantea, tanto a nosotros como a aquellos que nos rodean.

Quizás el sistema educativo retrógrado nos programó mal y la vida no es un examen que tendremos que superar al final, marcando las casillas que determinarán si hemos alcanzado el éxito o nunca pudimos salir del lodo del fracaso.

Quizás lo más importante es encontrar la manera de disfrutar ese camino de aprendizaje constante que constituye nuestra existencia.

Les confieso que, a mis treinta años, algo así es lo que estoy tratando de hacer ;)

      Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan. 
      ¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.
Instrucciones para dar cuerda al reloj, Julio Cortázar


=-(o_Ó) el emoticón forajido también me trajo una torta XD


PD: Confieso que uno de mis mayores orgullos circunstanciales es haber nacido el mismo día de agosto en que cumplía años Julio Cortázar (y dos días después del día en que lo hacía Borges). Y mi sueño es poder decir algún día que algo bueno preanunciaba ese guiño del destino (>_<)/

PD 2: Y hablando de esos esfuerzos por dejar el mundo un poco mejor que como lo encontramos, quiero que conozcan la iniciativa por la que trabaja Cilia Romero, la colega escritora que me dejó en el muro el primero de los textos de Cortázar que acompañan el post de hoy. Se llama CONTAME UN CUENTO y tiene como objetivo acercar a los más pequeños a la lectura, lo que constituye un aporte invaluable para la formación de las nuevas generaciones. Para conocer más de lo que hacen, quiénes integran el grupo y sus próximas actividades, no dejen de darle "me gusta" a la página que tienen en Facebook. Como si eso no fuera poco, siempre comparten bonitas imágenes que a ustedes -lectores y escritores- les van a encantar. Y pasen también por el blog de Cilia, El Menjunje, para leer artículos interesantes y obras de su autoría :D



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