martes, 2 de abril de 2013

Esos tiernos consejos sobre equivocarse (El camino de todo aprendizaje)

























Tiendo a suponer que, como yo, estarán acostumbrados a leer frases que dicen que el fracaso es parte fundamental en el camino del éxito, que sólo no se equivoca quien nada hace y otras tantas similares que tienen como objetivo alentar a quienes las leen a animarse a hacer cosas a pesar de las altas probabilidades de cometer errores e incurrir en fracasos que existen en todas las áreas de la vida.

Pero afrontemos la realidad: a nadie le gusta equivocarse.

Aunque seamos plenamente conscientes de la capital importancia de los errores y fracasos en el camino al éxito en cualquier circunstancia, no podemos evitar esa sensación adentro que nos hace sentir que no somos lo suficientemente buenos y hasta nos invita a darnos por vencidos algunas veces.


1. Cuando toca empezar de nuevo

La semana pasada cambié mi anterior vehículo que era de caja automática por otro de caja mecánica o manual y me tocó enfrentarme a esa dificultad que eludí durante seis maravillosos años: el embrague y sus exigencias en el cálculo de los tiempos. Y así, de repente y sin anestesia, de ser alguien que tenía una confianza absoluta en sus capacidades para guiar un vehículo pasé a ser de nuevo la persona que recién aprende a conducir con sus correspondientes sentimientos de inseguridad y de considerarse un peligro social.

¿Por qué no cambiar por otro vehículo automático y ahorrarme todo eso?, quizás se pregunten ustedes. No sé, tenía la idea de que, después de llevar una respetable cantidad de años al volante, no poder conducir un vehículo de caja mecánica era una especie de incapacidad injustificable. Tenía que aprender de una buena vez. Tenía que afrontar ese desafío. Y mientras más rápido, mejor.

En otras áreas de la vida la situación puede ser menos traumática –al menos no nos sentimos un peligro social cuando escribimos– pero es igualmente inevitable llegar a puntos de nuestro camino en que nos vemos como obligados a subir un escalón, aunque ello signifique abandonar la comodidad de aquello a lo que estábamos acostumbrados y con lo que nos sentíamos seguros, pasar por el proceso de acostumbrarnos a cosas nuevas y, sobre todo, afrontar la posibilidad de cometer errores.


2. Ponernos a prueba implica salir a la calle

Mientras el vehículo nuevo estaba en el garaje no había ningún problema. Era muy lindo él, motivo de orgullo y el fruto de largos años de ahorro y otros años de obligaciones a cumplir. Un logro, como se suele decir.

La tensión surgió recién al momento de poner sus ruedas en las –literalmente– rudas y ásperas calles de Asunción. Una doble tensión: por un lado, ese “no querer hacer cagadas”, como muy acertadamente dijo mi primo, no querer hacerle ningún daño al caballo nuevo y reluciente. Y por otro la tensión de la responsabilidad de ponerse al mando de algo que genera una cuota de riesgo inevitable al interactuar con los otros.

Lo cierto es que manejar pasó a ser, para mí, de una experiencia muy agradable a algo que me endurece como varillas de hierro los músculos de mi pobre cuello.

Algo similar me pasó no hace mucho con la escritura. El haber descubierto una infinidad de herramientas y el camino recorrido por gente con las misma vocación y mucha más experiencia me obligó a replantear todo lo que venía haciendo hasta ese entonces, y a querer trabajar con lo que más me gustaba de una manera más ordenada y “profesional” por llamarlo de alguna manera, a pesar de que sepamos que en las ramas del arte ese es un concepto muy elusivo.


3. Nuestros errores vistos a través de dos ópticas diferentes

Una vez que decidimos “salir a la calle” nos enfrentamos a dos maneras de percibir nuestros errores.

3. a. Cuando nuestros errores nos los señalan los otros

Uno de los momentos más frustrantes de los últimos días fue cuando un idiota me apuró insistentemente con la bocina y me gritó de todo porque no me apuré en cruzar una intersección y en cambio dejé pasar a todos los autos que venían. Era una intersección complicada, pero también era cierto que si hubiese estado con mi auto anterior la habría cruzado mucho más rápido.

A nadie le gusta que le griten cosas, o que le critiquen o ninguneen los trabajos en los que invirtió largas horas de su vida, horas que podría haber estado descansando o dedicándose a actividades de ocio. Pero dos cosas a recordar aquí, como antídoto a esa sensación dolorosa de fracaso que puede clavar más que una espina:
- nadie nació sabiendo, todo el mundo está aprendiendo, constantemente.
- estamos en el camino, en la lucha, y tarde o temprano va a dar sus frutos si somos persistentes.

3. b. El juez más implacable

Ese, sin duda, somos nosotros mismos. 

Así como cuando me fastidia que por calcular mal los tiempos del embrague el auto me pegue una pequeña sacudida a pesar de que no haya nadie para verlo o sentirlo, también se siente odioso cuando no logramos crear la obra de arte que tenemos en nuestras mentes y todo lo que obtenemos es una representación deforme y distorsionada de la brillante idea que acariciamos un día, aunque ni siquiera hayamos llegado aún a la etapa de mostrársela a nadie.

¿Qué antídoto hay para esto? Seguir tratando a pesar de la sensación de fracaso, aferrarnos a la idea de que es parte del camino para mejorar aun cuando en ese momento nos sintamos algo enojados con nosotros mismos. Y también ser un poco indulgentes con nuestra propia persona. Como el resto del mundo, tampoco nosotros nacimos sabiendo y nos toca aprender. Es solo el proceso normal y es nuestro deber seguir adelante a pesar de los reclamos que nos hace nuestra famosa “zona de confort” de la que tanto se habla hoy en día, y que nos dice que todo estaría mejor si no la hubiésemos abandonado.

No es cierto. Lo sé yo y lo saben también ustedes. Todo estará mejor a medida que vayamos conquistado nuevas metas y creciendo en lo que nos proponemos. 

Así que, como dicen los tiernos consejos que escuchamos siempre, apuntemos a desafíos más grandes, no tengamos miedo de salir a la calle para ponernos a prueba y abramos nuestras mentes y corazones a la experiencia de cometer errores sin miedo.

Cuando menos lo esperemos estaremos manejando nuestras herramientas de una manera casi instintiva y volveremos a disfrutar del viaje.


¬-(o_Ó) Saludos forajidísticos



PD: El lado positivo de todo esto es que aprender a escribir bien es un proceso mucho menos violento que aprender a conducir, aún cuando sea mucho más largo y exigente. Por lo menos nadie va a gritarles calificativos poco agradables porque lo escriban no esté en el nivel más alto que puedan alcanzar u__u

PD 2: Como un servicio de los Forajidos del Yermo a la comunidad, les dejo el link a la Ordenanza Municipal Nº 479/2010 que es el nuevo reglamento de tránsito para la ciudad de Asunción. Se aplica a todas las personas que usen la vía pública –peatones, propietarios o encargados de la conducción de vehículos, animales o cosas–, así que no está de más leerla en ningún caso. Si conocemos nuestras obligaciones y las cumplimos, la calle será un lugar más seguro para todos (>_<)/

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