Hoy tengo el gusto de iniciar una serie sobre mi parte favorita de todo el proceso de escribir: la creación y el desarrollo de los personajes.
Entre la gente con más experiencia en el tema de la escritura suele existir una discusión acerca de que las historias pueden encontrar su fundamento y fuente de energía en dos elementos diferentes: los personajes y la trama.
Yo me inscribo sin dudarlo en el primer grupo, aun cuando he terminado sin mayores dificultades libros cuyos personajes no me llamaban demasiado la atención solo para recorrer los caminos de la trama –ejemplo: “Los juegos del hambre”, una historia con un ritmo por momentos vertiginoso e interesantes giros de trama, pero cuya protagonista me cayó desde el principio (y hasta el final) como una patada al hígado.
De mi experiencia de lectora de ficción surge entonces esta afirmación que firmaría con sangre: un libro con una trama bien lograda puede ser bueno, entretenido, interesante; pero si queremos una historia memorable, ella debe arder en el fuego de sus personajes.
Una historia es la combinación de miles de piezas diferentes: la trama, el tema, la acción, el diálogo, el punto de vista, el trasfondo, el conflicto, el humor, el ritmo, el ambiente, el subtexto –así hasta el infinito. Si sacamos cualquiera de estas partes, el todo se desmorona. Pero ningún elemento es tan vital como los personajes. No importa cómo las disfrazamos en lujosos nuevos subgéneros, no importa cuántos impactantes giros de trama lanzamos en los finales, no importa cuán complejos y filosóficos son nuestros temas, al final del día, las historias serán siempre sobre personas. El truco, por supuesto, es asegurarse de que nuestras historias presenten personas sobre las cuales vale la pena leer.