A veces las cosas se ponen difíciles. Y no solo las páginas en blanco o los agujeros estructurales de una novela, sino la vida. Porque en primer lugar somos seres humanos, seres humanos que eligieron escribir y contar historias.
Y entonces las tareas que habitualmente no son sencillas en sí mismas se vuelven todavía más complicadas. Un capítulo que se resiste a salir bien o un problema que se necesita resolver para seguir adelante en la trama se convierten de repente en trabajos titánicos.
Me ha pasado en varias ocasiones. Me está pasando en estos días. Una suma de elementos me genera un cansancio tan intenso que hay noches en las que hasta mis ojos dicen basta y debo mantenerme alejada de la pc en esos horarios en que no resulta inevitable.
¿Y qué rol juega lo de escribir en todo esto? Las palabras, como parte fundamental de la vida que hemos elegido, pueden mostrarnos diferentes caminos para atravesar el desierto.
1. Nuestras palabras
Tendemos a cuestionarnos mucho en momentos de dificultad y con frecuencia nos situamos –una vez más– ante la recurrente y punzante pregunta de si vale la pena tanto esfuerzo por tratar de escribir algo que valga la pena.
Confieso que hoy estaba tan venida a menos que casi desisto de escribir el post de los martes. Pero después de varias horas de sueño (me acosté a dormir apenas llegué del trabajo hasta la medianoche), por esos delicados mecanismos que acciona el destino para ponernos de vuelta en nuestro camino, decidí levantarme y fui capaz de hacerlo.
Me alegro de que haya sido así. Ordenar mis pensamientos para poder sacar este texto me permitió organizar un poco mi mente revuelta. Y observarlo todo con más claridad.
Para los escritores que están atravesando un momento complicado, escribir sobre ello es un consejo habitual. Y es un sabio consejo. Es sabido que los mejores productos de nuestra imaginación y nuestra mente nacen cuando nos decidimos a contemplar nuestros propios abismos.
2. Las palabras de los otros
Cada historia contada a través de una obra literaria de ficción, cada sensación cristalizada en un poema o cada opinión vertida en un ensayo constituye un trocito de vida que el autor se esmeró en dejar allí. En cada línea que leemos alguien tuvo la intención de comunicar algo, de abrirse y exponer a ese lector desconocido algo íntimo, algo suyo, algo que necesitaba decir.
En tiempos complicados, nada como contar con el apoyo de las personas para quienes somos importantes y que a su vez lo son para nosotros. Un consejo sincero, una palabra de apoyo o incluso una broma que nos haga sonreír son caricias para un alma cansada o adolorida.
Los libros son también nuestros amigos, silenciosos hasta que decidimos dialogar con ellos en la intimidad de nuestras almas y recibir sus tesoros.
He allí la importancia de nuestra misión, como solemos decir aquí en el yermo. Alguien, en algún punto quizás lejano del tiempo, está esperando precisamente esas palabras nuestras. A algún lector desconocido tal vez habremos de sacarle una sonrisa o habremos de mostrarle que no era el único que pensaba eso o que vivía determinada situación. Así como alguien pasó noches enteras sin dormir para dejarnos sus palabras a nosotros, para que por un instante nos sintamos comprendidos o para que al menos podamos evadirnos un rato y sonreír mientras atravesamos esos días que son como un desierto.
Caer está permitido
¿Pero qué pasa si las dificultades o nuestro ánimo alicaído no nos permiten tomar ninguno de los dos caminos? No pasa nada, porque en toda lucha por perseguir algo que el corazón desea con intensidad las caídas y frenadas están permitidas. Los momentos de duda, de cuestionarse, de sentirse incapaz de seguir adelante son parte de elegir un camino y tratar de perseverar en él.
No importa si nos sentimos sin fuerzas para armar una frase o leer un párrafo de un libro. Los momentos difíciles pasarán y volveremos a las andadas quizás con nuevas cicatrices pero siempre con más experiencia, más “crecidos”.
Tocar fondo es lo que nos permite, muchas veces, tomar el impulso suficiente para volver a respirar en la superficie.
Sin importar cuántas veces tenga que parar, el que siente en su interior el deseo intenso de dedicarse a una tarea volverá siempre.
Uno aprende a perderle el miedo a esos momentos de vacío y a tenerse un poco de paciencia. Porque sabe que su sueño está siempre ahí, como una estrella en el cielo, para guiarlo de nuevo cuando decida retomar el camino.
¬-(u_U)
PS: El emoticón forajido hace causa común conmigo, por eso pone cara de cansado.
PS2: La semana que viene vamos a conversar sobre el "fondo" de nuestras obras (escritos o ilustraciones) y lo que ello implica. ¡Ahh! Y también les voy a contar algo sobre el forajido Nabetse, que una vez más se pasó con la ilustración de hoy XD ¡Hasta el martes!
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