Bienvenidos todos de vuelta al Yermo: amigos lectores, cactus y
tumbleweeds. Hoy continuamos con la serie de
Tips para desbloquear ideas (vean los post anteriores
aquí,
aquí y
aquí) y nos asomaremos fugazmente a un concepto que viene desde tiempos muy antiguos y puede sernos también muy útil a la hora de construir nuestras historias.
En estos días, leyendo un libro que mi colega
M. M. Ballasch me obsequió (como consecuencia de la desorganización de la gente de Amazon para manejar los reclamos de los clientes), no pude contener una carcajada cuando, terminando la sección de
“Prefiere arquetipos antes que estereotipos”, en el apartado
“Workshop” me pone la siguiente tarea:
“1. Lee El héroe de las mil caras de Joseph Campbell como una introducción a las formas narrativas arquetípicas.”
Fue imposible no recordar mis años de estudiante de derecho de los primeros cursos cuando el profesor nos recomendaba leer el Tratado elemental de Derecho Romano de Eugéne Petit para tener una idea del derecho romano. ¿¡Una idea!? ¿¡Setecientas páginas en letra tamaño ocho para “tener una idea”!? O_O
Tengo los dos libros, el de Campbell y el de Petit. Ambos son obras maestras en sus respectivos campos –densas, complejas, profundas– y la verdad es que cuando los termine, a cualquiera de los dos (confieso que voy a paso muy lento cuando se trata de cosas que quiero retener en mi cabeza), voy a sentirme así:
Un poco más que “una introducción” o “tener una idea”. ¡Hay que reconocerse los logros también, gente!
Pero a lo que vinimos, a los arquetipos. Y evitemos el chiste fácil de mencionar el arquetipo del Vago en este momento. Porque no es simpático >_<